jueves, diciembre 28, 2006

Ríos y ríos de lágrimas...



El compositor Angel Mastra le extirpó para siempre el uruguayísimo Lida Melba Benavídez Tabárez. "A partir de ahora sos Lágrima Ríos", le dijo. "Me gustó —contaba a Clarín en el 2005, en su casita del Barrio Sur de Montevideo—. También me gustaba otro que también había barajado Mastra: Armonía. Pero Lágrima Ríos me parecía más fuerte, más original". Se enorgullecía de haber conocido a Agustín Magaldi y no olvidaba la vez que Carlos Gardel visitó el inquilinato donde vivía de chica, ahí, en el mismo Barrio Sur. "Estaba hermoso. Me parecía alto. Yo era muy pequeña. Imagínese: soy del 24. Igual, más que a Gardel, siempre admiré a Mercedes Simone. Fue mi ídola".Nació el 26 de setiembre de 1924 en el departamento de Durazno. Cuando cumplió cinco meses su madre decidió mudarse a Montevideo. Las calles de Montevideo latían en dos ritmos: el candombe y el tango. Lágrima Ríos creció con ese rumor de fondo y atenta a las noticias que llegaban del otro lado del río. Sobre todo, las de las inolvidables cancionistas que seducían en películas, discos y revistas ("¡Tita Merello! ¡Qué mujer!"). Sin embargo, sus primeros pasos artísticos nada tuvieron que ver ni con el candombe ni con el tango. "Tenía unos vecinos paraguayos que me enseñaron galopas, rancheras y zambas. Empecé cantando folclore por monedas. Entré al tango sin querer. Era muy raro hacer tango y ser negra". El caso de Lágrima Ríos fue curioso: el racismo la fortaleció. Discriminada por cierto sector del vigoroso ambiente tanguero de Montevideo, se desarrolló como cantante en ámbitos carnavaleros. Con el grupo Añoranzas Negras logró su propio Maracanazo al ganar el primer premio del Carnaval de 1950. "El tamboril y el bandoneón. Mi vida siempre estuvo dividida en dos".Los años 50 fueron complicados. Tuvo problemas afectivos y un hijo al que le dio su apellido: Eduardo Bernardino Benavídez. En 1956 conoció a Paco Guda, su gran amor por los siguientes cincuenta años. Encarriló su carrera, salió con la famosa agrupación Morenada y consolidó los primeros palotes de la leyenda. Dos apodos definieron las aristas del mito y su doble condición: La Perla Negra del Tango y La Dama del Candombe. Pero todo le costaba mucho. Racismo y desidia eran dos elementos presentes en el alicaído mundo del espectáculo uruguayo. Luego de un período en que formó el grupo vocal a capella Brindis de Sala, viajaba a Buenos Aires cada vez con más frecuencia. Así conoció a muchos de sus artistas más admirados, de Aníbal Troilo al Polaco Goyeneche y Alberto Castillo.Se consideraba una mujer "inevitablemente de izquierda", militó contra la discriminación y fue tentada por sucesivas cúpulas del Frente Amplio. Su hijo escapó de Uruguay, perseguido, y se exilió en Suecia. A la tristeza de ese desmembramiento se le sumó un problema cardíaco que la condicionó hasta la muerte: tenía puesto un cardiofibrilador, una especie de marcapasos que controlaba la arritmia.Se sintió ignorada en su país durante mucho tiempo. En la Argentina, Fernando Peña —con sus personajes de Milagritos López y La Mega— la reivindicó a partir de los 90. Se empezaron a editar y a reeditar sus discos y Lágrima Ríos adquirió en Buenos Aires la rara condición de artista de culto.La imprevista convocatoria de Gustavo Santaolalla para que fuera la pata uruguaya de Café de los Maestros colmó de alegría sus últimos años. Había que verla, en la Confitería Ideal, en una reunión de prensa, conversando con Stampone, con Salgán, con Podestá. Frágil, la afección cardíaca le impidió actuar en el Teatro Colón el año pasado. Su salud deteriorada no le hacía perder el humor. "Me van a tener que aguantar muchos años más. Las negras somos fuertes", decía.Murió ayer, a los 82 años, y envolvió al Barrio Sur en un luto hondo, sin estridencias, melancólico. Como ella.